Durante el festival de cine DOCUMENTAMADRID 2016 celebrado en la Cineteca del Matadero, se proyectó un largometraje sobre la vida y obra del fotógrafo estadounidense Robert Mapplethorpe. Quizás, a quienes no estén relacionados con este arte, este nombre no les diga nada, pero su obra es fácilmente reconocible. Además de por la temática, por su cuidado blanco y negro a la hora de revelar las fotos (tarea que realizaban otros por él, aunque bajo su constante supervisión). Es difícil no relacionar foto y cine dados sus variados denominadores comunes. Al fin y al cabo, la película, el carrete, es la base de ambas para captar la imagen. La fotografía es una imagen fija; el cine, una sucesión de imágenes en movimiento. A estas alturas, con la introducción del cine digital, esto quizás suene a agua pasada, a caminos que no vale la pensa desandar. Pero es difícil no reivindicar de alguna forma aquella época. Por supuesto hablamos de cuando todavía se usaban laboratorios con cubetas y pinzas y líquidos de revelado para parir fotografías. Y de cuando en el cine se transportaban durante los rodajes bobinas gigantescas en las que se grababa la película a 24 fotogramas por segundo. Todo pesaba más, todo era más caro y más costoso y más difícil de editar y manipular. Por lo tanto, no todo valía, no era tan fácil hacer cualquier cosa y en cierta forma siempre había cierta artesanía encubierta. El documental sobre R.M. nos retrotrae a esta época de cámaras ruidosas, de habitaciones del Chelsea Hotel, de estudios en calles estrechas y sin luz de la ciudad de Nueva York. Muchas de las personas que compartieron con él su vida van tejiendo a su vez la de este fotógrafo con sus testimonios. Por suerte o por desgracia (esto es algo muy personal), no corrieron la misma suerte que él, y nos ayudan a entender a través de su propia historia, el contexto que mediatizó la magia de este genio.